Por Miguel Ledezma
Desde que inició la intervención de la Organización del Tratado del Atlantico Norte (OTAN) en Libia, la clase política y los medios de comunicación italianos no han dejado de cuestionar el papel protagónico de Francia en las acciones militares contra el gobierno de Kedafi. Sin embargo, las críticas tienen poco que ver con lo apresurado de los bombardeos franceses, o con el abandono de la diplomacia por parte de Europa y Estados Unidos, se trata más bien de la reacción de un país que ve amenazados sus intereses en un territorio que considera como su área de influencia. En general, el malestar italiano se ha dejado sentir con fuerza en las últimas semanas, sobre todo a partir del argumento de que la Unión Europea no hace nada con respecto a la gran cantidad de migrantes que llegan todos los días a la isla siciliana de Lampedusa tratando de escapar de la guerra. El escándalo diplomático ha llegado a extremos tales, que el Ministro del Exterior italiano, Franco Frattini, ha cometido el despropósito de declarar que su país está considerando dejar la UE dada la situación imperante (desliz que rápidamente fue corregido por el Presidente de la República Giorgio Napolitano).
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